Este domingo, los austriacos votaron por un cambio político. Después de una década, la tradicional coalición entre socialdemócratas y conservadores está desgastada y su política de consenso parece haber llegado a su fin. Se reconocerán sus méritos y tal vez se la eche de menos dentro de poco, pero por el momento una mayoría confía en que haya “tiempo para algo nuevo”, el lema del conservador Sebastian Kurz. El joven ministro de Exteriores ha sabido cambiar la deteriorada imagen de su partido y ha dinamizado su liderazgo aprovechando los vientos favorables aunque la gente no sepa muy bien hacia dónde les lleva. Con su duro discurso, fue el ganador de las elecciones legislativas de este domingo y muy probablemente será el próximo canciller de una coalición conservador nacionalista.
En este enfrentamiento electoral, los socialdemócratas –liderados por el canciller Christian Kern– han sufrido como pocas veces en su historia. No se han hundido como en otros países europeos pero tras una campaña llena de errores estratégicos y con un discurso demasiado complejo, han quedado relegados a un segundo puesto mientras la ultraderecha ha seguido ganando terreno pisándoles los talones. En esta lucha por el poder los partidos políticos más pequeños han quedado mal parados, hasta el punto de que el partido verde se puede quedar fuera del Parlamento.
Austria ha vivido una carrera hacia derecha hasta ahora desconocida y que ningún líder político ha sabido parar. En el centro del debate está el tema de la inmigración y lo que sucedió en 2015 cuando un millón de personas atravesó Austria para buscar refugio en Alemania y Suecia. De ese millón pidieron asilo cerca de 100.000 personas, un porcentaje mayor que los que lo hicieron en Alemania. Desde entonces, la política busca controlar la situación, la sociedad confronta el gran reto de la integración mientras la ultraderecha marca el discurso político. Que los pronósticos económicos sean favorables y que se haya creado más empleo que en los años pasados ya no se creía ni se apreciaba. Tampoco se han debatido soluciones europeas ni visiones políticas. El mensaje era simple: mano dura a todas las formas de inmigración. Controlar fronteras, cerrar las rutas de refugiados y –dirigido a la inmigración europea y al igual que en Reino Unido– limitar el acceso al mercado laboral y a las prestaciones sociales.
Austria ha vivido un debate electoral tenso y lleno de emoción que ha dejado la sociedad rota. Después de esta campaña electoral sería prudente curar heridas, tender puentes y buscar soluciones donde las hay: con nuestros aliados en Europa y no a nivel nacional.